La derrota del Frente Amplio en Chile reactualiza el debate sobre los límites de la socialdemocracia y la llamada “tercera vía”. Un análisis comparado muestra cómo la búsqueda del centro político debilitó a coaliciones progresistas y facilitó el avance de la derecha y la ultraderecha.
El largo adiós a la tercera vía
La reciente derrota del Frente Amplio chileno habilita una reflexión que trasciende el caso puntual y permite observar, mediante un análisis comparado, el recorrido de distintas coaliciones progresistas en América Latina y Europa.
El gobierno de Gabriel Boric llegó al poder con la promesa de cambiar la forma de hacer política y con un fuerte respaldo juvenil. Sin embargo, una serie de decisiones fueron alejándolo de ese mandato original. Entre ellas se cuentan el alineamiento crítico frente a Venezuela, Nicaragua y Cuba; el respaldo a Ucrania en el conflicto con Rusia; la continuidad de procesos judiciales contra manifestantes del estallido social de 2019; la ausencia de indultos a presos vinculados a esas protestas; la persistencia de la militarización en el Wallmapu; y episodios de represión a comunidades mapuches y estudiantes.
A ello se sumó la cancelación de reformas estructurales en materia previsional y tributaria, reemplazadas por negociaciones con la oposición de derecha y sectores empresariales. En el plano regional, el gobierno tomó distancia de referentes progresistas como Lula da Silva, Gustavo Petro y Claudia Sheinbaum, especialmente en cuestiones vinculadas a la injerencia de Estados Unidos, las deportaciones y los aranceles. También se registraron episodios de persecución política a dirigentes comunistas, el reconocimiento de referentes opositores venezolanos y la firma de acuerdos con el Comando Sur estadounidense.
En síntesis, el Frente Amplio terminó gobernando con lógicas similares a las que había cuestionado, diluyendo su identidad política. Este recorrido no es excepcional. La denominada “tercera vía”, presentada durante décadas como una síntesis entre crecimiento económico y justicia social, muestra un patrón reiterado: cuando adopta políticas neoliberales, erosiona sus bases y allana el camino a fuerzas conservadoras.
El análisis se replica en otros países. En Grecia, Syriza desconoció el mandato popular expresado en un referendo contra la austeridad y aceptó las condiciones de la troika, lo que derivó en fracturas internas y el retorno de la derecha. En Portugal, la experiencia de la “geringonça” logró estabilidad institucional, pero al costo de una austeridad encubierta que debilitó servicios públicos y permitió el crecimiento de la extrema derecha.
En España, la coalición entre el PSOE y Unidas Podemos prometió revertir la reforma laboral del Partido Popular, pero terminó convalidando sus ejes centrales. Esa renuncia programática debilitó a Podemos y favoreció el avance del Partido Popular en alianza con Vox.
Brasil ofrece otro ejemplo: la adopción de políticas de ajuste durante el segundo mandato de Dilma Rousseff provocó una crisis interna en el PT, el desplome de la popularidad presidencial y abrió el camino al impeachment y, posteriormente, al ascenso de Jair Bolsonaro.
En Argentina, el Frente de Todos convalidó la deuda externa heredada y profundizó desequilibrios distributivos. La pérdida de apoyo electoral reflejó el desencanto de sectores populares. Como advierte la teoría política, el “centro” no es un espacio neutro sino una construcción que, al ser ocupada, refuerza valores conservadores y debilita identidades populares.
En contraste, el gobierno de Gustavo Petro en Colombia representa una experiencia distinta. Al romper con sectores moderados y sostener un programa de reformas estructurales en salud, energía y agricultura, reafirmó un rumbo propio sin subordinarse a la lógica de los mercados financieros.
El recorrido comparado permite extraer una conclusión clara: la “tercera vía” aparece agotada. La búsqueda del centro político tiende a vaciar de contenido a las fuerzas progresistas, debilita su representación social y favorece el avance de la derecha y la ultraderecha. La alternativa pasa por sostener un proyecto propio, anclado en un programa popular-democrático, capaz de ampliar mayorías sin renunciar a sus valores fundantes.



















