Cuando pensamos en violencia de género, solemos imaginar gritos, golpes, agresiones físicas o psicológicas. Pero la verdad es mucho más oscura y silenciosa: la violencia de género tiene múltiples rostros, algunos tan sutiles que pasan desapercibidos. Y mientras tanto, lastiman, condicionan, limitan, expulsan… y matan en todos los sentidos de la palabra. Porque matan vidas, pero también matan sueños, matan crecimientos, matan posibilidades, oportunidades, etc.
Durante estas notas vamos a meternos en ese abanico complejo, incómodo y necesario. Porque sí: es un tema controversial, y también es un tema manoseado, minimizado y usado según a conveniencia. Pero acá lo vamos a decir como es, sin maquillaje.
Sabemos que la violencia de género incluye distintas formas de violencia: física, psicológica, sexual, institucional, simbólica y estructural, entre muchas otras.
Y también sabemos —y es importante remarcarlo— que cuando hablamos de género no sólo nos referimos a mujeres y niñas, aunque sean las más vulneradas.
Hablamos también de hombres, personas LGTBIQ, niños… y de todos los que sufren desprotección por su identidad o su rol social. Por tal, la violencia de género es también un matiz más de la violación a los derechos humanos, como mismo lo definiera ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) en el año 2000.
Y hoy, para empezar a desarmar esta gran telaraña, vamos a meternos en uno de sus tentáculos menos visibles y más peligrosos: Violencia de Género Institucional. Será el primero de los tantos que vamos a abordar todos los viernes en este espacio que ya se percibe como nuestro rinconcito de tarde y mates.
La violencia de género no siempre grita. A veces se esconde detrás de un escritorio, de un sello o de una respuesta fría que nos deja sólos cuando más necesitamos ayuda.
La violencia institucional aparece cuando el Estado- o cualquier institución o profesional sea pública o privada- nos cierra la puerta en la cara. Sucede cuando una persona denuncia y nadie la escucha. Cuando la mandan de un lugar a otro sin darle solución. Cuando un médico minimiza su dolor.
Cuando una comisaría no quiere tomarle una denuncia “porque no es tan grave”.
Cuando una escuela, un hospital o una obra social nos tratan como si exageráramos, mintiéramos, o molestáramos.
Cuando la justicia no hace valer TODOS nuestros derechos. Es violencia institucional cuando una persona pide ayuda y recibe silencio, abandono, o maltrato. Tal el caso del papá de Lucio Dupuy, entre tantos otros. Es el tipo de violencia que no deja moretones en la piel,
pero sí deja marcas: miedo, vergüenza, desconfianza, vulnerabilidad. Y eso también mata. Mata de a poco.
La violencia institucional es un tentáculo silencioso que muchos sufren sin saber cómo nombrarlo. Por eso es tan importante reconocerlo, entenderlo y hablarlo. No para señalar, sino para abrir los ojos. Y cuando entendemos cómo funciona el sistema, también entendemos por qué tantas personas quedan atrapadas en sus fallas.
Esta columna no es un manual, ni una oficina de respuestas mágicas. Es un espacio para mirar de frente lo que duele, para ponerle palabras a lo que tantas veces se calla, y para aprender juntos sobre las distintas caras de este gran monstruo llamado: Violencia de Género.
Y para eso acercamos nuestros canales de comunicación donde puedan contar sus historias, dejarnos sus preguntas, sus dudas y ser parte del pulso de esta columna, escribinos a facabeula@gmail.com o por mensaje de whatsapp +594 11 54664466, también en el INSTANGRAM @faca.beula

Autoría: BEULA, Fanny Elízabeth Pereyra yAlejandra Carolina Loguzzo.



















