Jorge Majfud reflexiona sobre la violencia contemporánea y el uso del multiculturalismo como explicación simplista, señalando al racismo, al poder económico y a los intereses históricos como factores estructurales detrás de los conflictos.
La convivencia, el chivo expiatorio recurrente
Un hombre armado asesinó a dos estudiantes dentro de un aula de la Universidad de Brown y dejó a varias personas gravemente heridas. El hecho apenas ocupó espacio en la agenda internacional, en un país donde los tiroteos se han vuelto habituales. Diversas estadísticas históricas muestran que, desde hace décadas —y aun antes, durante la colonización impulsada por fanatismos religiosos contra pueblos indígenas, afrodescendientes y mexicanos—, muchos asesinatos masivos han sido perpetrados por simpatizantes de la derecha supremacista. Sin embargo, son esos mismos sectores los que responsabilizan a la diversidad de los problemas sociales. El miedo, en ese marco, funciona como un negocio rentable.
El episodio quedó relegado cuando, al día siguiente, otra masacre sacudió a Sídney, donde 16 personas fueron asesinadas mientras participaban de una celebración de Hanukkah dentro de la comunidad judía. Desde que Australia prohibió los rifles semiautomáticos y endureció el control de armas en 1996, este tipo de hechos se había vuelto excepcional.
Pese a ello, las redes sociales se llenaron rápidamente de mensajes que apuntaban contra el islam, incluso después de conocerse que quien logró desarmar a uno de los atacantes y evitar más muertes fue un hombre musulmán, de 43 años, padre de dos hijos, que recibió dos disparos durante la intervención. El autor ironiza con que probablemente el primer ministro israelí lo distinga con el Israel Prize en Valores Humanos y Heroísmo Civil.
Horas más tarde, Marcos Galperin —empresario argentino radicado en Uruguay y presentado como fundador y presidente ejecutivo de Mercado Libre— comentó la matanza con una frase cargada de prejuicio: “Bienvenidos a la nueva Australia multicultural y diversa”. Una mirada que, según Majfud, coincide con la lógica de quienes cometen ese tipo de crímenes.
El texto señala que muchos empresarios exitosos comparten ciertos rasgos: hacen grandes negocios con gobiernos a los que desprecian, convierten su fortuna en argumento de autoridad intelectual y difunden opiniones simplistas entre millones de seguidores. Como ejemplo, se menciona una afirmación previa de Elon Musk: “Si tienes útero, eres mujer. De lo contrario, no lo eres”, una frase que, llevada a su extremo, niega la condición de mujer a quienes debieron extirparse el útero por razones de salud.
Majfud recuerda una discusión con un estudiante ucraniano que atribuía los conflictos europeos al multiculturalismo. La respuesta fue directa: rusos y ucranianos comparten idioma, historia y cultura, y aun así se enfrentan en una guerra sangrienta. La pregunta central es si el verdadero problema no reside en los intereses económicos y de poder, motores históricos de guerras y genocidios, y si la diversidad no es apenas una excusa para ocultar el racismo, especialmente contra personas no caucásicas.
Durante siglos, sostiene el autor, las potencias blancas justificaron la violencia colonial como una misión civilizadora sobre los llamados “países de mierda”, expresión atribuida a Donald Trump al referirse a naciones del sur global. Desde esa lógica, la jerarquía racial define quién es considerado aceptable y quién no.
El texto plantea que el multiculturalismo no es una invención moderna, sino una constante de la historia humana. No hubo comercio ni intercambio sin contacto cultural, lingüístico, religioso y tecnológico. Se menciona el Reino de Nri, en África occidental, que durante siglos sostuvo una convivencia basada en la paz y la armonía, con propiedad comunal de la tierra y amplias redes comerciales, hasta que el tráfico esclavista europeo quebró ese sistema.
También se hace referencia a los pueblos originarios de América, donde los extranjeros solían integrarse plenamente y, en muchos casos, ocupar posiciones de respeto. En la Liga Iroquesa, incluso europeos eran adoptados y preferían no regresar a la llamada “civilización” blanca. La diversidad incluía distintas identidades de género y una organización social que permitió resistir durante siglos a ejércitos europeos tecnológicamente superiores.
El autor reconoce que ninguna sociedad estuvo exenta de conflictos, pero sostiene que el mundo contemporáneo, que se presenta como avanzado y civilizado, se ha destacado por una brutalidad excepcional: guerras mundiales, bombas atómicas y dictaduras imperiales impuestas en nombre del progreso. Cita la frase de Golda Meir: “Nunca podremos perdonar a los árabes por obligarnos a matar a sus hijos”, como ejemplo de la lógica de victimización del poder.
Finalmente, Majfud distingue entre distintos tipos de odio: el odio de los oprimidos hacia quienes los dañan y el odio de los opresores hacia quienes son diferentes. Concluye que uno de los grandes problemas de la cultura de la diversidad y la tolerancia es que las leyes suelen proteger a quienes promueven el racismo y la violencia, incluso premiándolos. De lo contrario, afirma, no se explicaría por qué una élite global de multimillonarios reproduce discursos racistas, sexistas y de desprecio hacia los sectores más vulnerables.



















