La influencia de Estados Unidos en América Latina históricamente ha sido perjudicial. En la mayoría de los casos, su intervención estuvo asociada a golpes de Estado y dictaduras militares en la región.
Pero hace tiempo que América Latina dejó de aceptar ese tipo de injerencias. El último intento de golpe militar se produjo en Venezuela y terminó en un fracaso rotundo.
A partir de allí, las derechas del continente cambiaron su estrategia. Recurrieron a una modalidad distinta de desestabilización: el uso del aparato judicial para impulsar procesos políticos amañados. Esto se vio en países como Brasil y Bolivia. Sin embargo, esta nueva forma de ataque tampoco logró imponerse.
El continente ha ido reafirmando su soberanía, fortaleciendo la democracia y oponiéndose de manera creciente al neoliberalismo. Esto convirtió a América Latina en un punto central de la resistencia global contra ese modelo y en un espacio que dio lugar a figuras políticas destacadas a nivel mundial.
La reacción popular frente a los aumentos arancelarios impulsados por el gobierno de Donald Trump frenó también este nuevo intento de presión imperialista. En medio de múltiples declaraciones controvertidas, Trump afirmó repentinamente que “Estados Unidos reforzará su presencia militar en Latinoamérica”.
Al mismo tiempo, el gobierno estadounidense mantiene ataques contra embarcaciones venezolanas bajo acusaciones—no respaldadas por pruebas—de estar vinculadas al narcotráfico hacia Estados Unidos. Estas acciones han sido cuestionadas por la mayoría de los países del continente.
¿Cómo puede Trump anunciar un incremento de la presencia militar de EE.UU. en la región? América Latina dejó de ser el “patio trasero” estadounidense. Una de las características de este siglo es la pérdida de influencia —o incluso el declive— del imperialismo norteamericano, especialmente en esta parte del mundo.
Estados Unidos ya no tiene condiciones reales para expandir su presencia militar aquí. ¿Dónde lo haría? ¿Cómo? ¿Con qué respaldo?
Ese momento histórico quedó atrás, aunque Trump no parezca entenderlo. Incluso las nuevas derechas de la región —como los gobiernos de Argentina o el posible futuro gobierno de Chile— no se animan a apoyar abiertamente una mayor injerencia militar estadounidense.
Ni siquiera en Venezuela se atreve Estados Unidos a realizar acciones terrestres, consciente de que ello generaría una ola de solidaridad internacional, incluyendo a potencias como China y Rusia.
Si se aventuraran nuevamente en una operación como la fracasada invasión de Playa Girón en Cuba, volverían a sufrir una derrota. En esta ocasión, se enfrentarían tanto a la resistencia organizada del pueblo venezolano como a la gran solidaridad continental e internacional que provocaría una nueva ofensiva imperialista.


















