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COIMA

Las manos prendidas fuego de la coima

Existen dos aspectos que han llamado particularmente la atención dentro del grave escándalo de corrupción que en estas horas involucra al Gobierno; si bien podrían considerarse secundarios en el marco de una trama de sobornos que alcanza los niveles más altos del poder, se estima que resultan especialmente reveladores para comprender la verdadera magnitud de la crisis.

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Existen dos aspectos que han llamado particularmente la atención dentro del grave escándalo de corrupción que en estas horas involucra al Gobierno; si bien podrían considerarse secundarios en el marco de una trama de sobornos que alcanza los niveles más altos del poder, se estima que resultan especialmente reveladores para comprender la verdadera magnitud de la crisis.

El primero es que el propio jefe del Gabinete haya dicho que no ponía las manos en el fuego por ninguno de sus colegas. El segundo, es la velocidad con la que algunos comunicadores oficialistas le soltaron la mano a quien durante tantos meses les dio de comer.

Este jueves, en el marco de las denuncias de corrupción que involucran a los hermanos Milei, el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, sostuvo: “Yo no pongo las manos en el fuego por nadie”. Pocas declaraciones resultan más incómodas para los integrantes del oficialismo que la desconfianza expresada por la segunda autoridad del Estado, inmediatamente después del Presidente.

Una postura similar había adoptado en 2017 la entonces expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, poco antes de la conmemoración del Día de la Lealtad. Consultada por los presuntos hechos de corrupción de sus ministros, respondió: “No pongo las manos en el fuego por nadie. Solo por mis hijos y por mí, pero por nadie más”.

Nuevos negocios bajo sospecha

Diego Spagnuolo, amigo personal y exabogado de Javier Milei, se había convertido hasta la semana pasada en uno de los visitantes más frecuentes de la residencia de Olivos. Antes de ser apartado de su cargo, se desempeñaba al frente de la Agencia Nacional de Discapacidad (Andis). En los audios que desataron el escándalo, una voz atribuida a él —con idéntico timbre— afirma haber informado al propio Presidente sobre un presunto esquema de sobornos en el Ministerio de Salud. Según ese testimonio, los retornos equivaldrían al 8% de los sobreprecios en medicamentos y se canalizaban a través de la droguería Suizo Argentina. Los beneficiarios, siempre de acuerdo con esas grabaciones, serían Eduardo “Lule” Menem y Karina Milei. En palabras del supuesto Spagnuolo: “Calculo que a ella le debe llegar el 3%”. El monto mencionado asciende a 800.000 dólares.

La droguería señalada figura entre las más importantes del país, con más de un siglo de trayectoria. Su histórico referente, el ingeniero químico y escritor Eduardo Kovalivker, se retiró de la actividad empresarial y dejó la conducción en manos de su hijo Jonathan. Bajo esta nueva gestión, se registra un notable incremento de los contratos con el Estado, particularmente a partir de la llegada de Milei al poder. Actualmente, esas operaciones se estiman en alrededor de 100.000 millones de pesos.

A lo anterior se sumó, hace cuatro meses, la concesión de la logística estatal de medicamentos a Log-in, una empresa vinculada al mismo grupo. El Gobierno le otorgó la distribución exclusiva de todos los fármacos provistos por el Ministerio de Salud. “Los Kovalivker son una familia reconocida dentro de la industria, con una reputación de seriedad. Es cierto, sin embargo, que han crecido de manera considerable en el último tiempo”, comentó un referente del sector, quien prefirió no arriesgar una defensa pública de la nueva generación a cargo de la compañía.


Denuncias y repercusiones políticas

La verosimilitud de los audios atribuidos a Spagnuolo fue confirmada off the record por dirigentes cercanos al propio oficialismo y, en público, por legisladores libertarios como Carlos D’Alessandro. El diputado declaró en el programa Modo Fontevecchia: “Ya había escuchado esto de otro diputado nacional, amigo de Spagnuolo, que me lo contó hace seis meses. Cada vez que surge un hecho de corrupción en este gobierno, siempre aparece un mismo apellido: los Menem”.

En la misma línea, la diputada Marcela Pagano —quien hasta hace pocos días integraba La Libertad Avanza— anunció su alejamiento del bloque con un mensaje contundente: “Esto no es combatir la corrupción, Presidente: es institucionalizarla con otros apellidos”.

Las acusaciones no se limitan a este caso. Se suman a otros escándalos recientes: el denominado audiogate, la plataforma $Libra, la presunta venta de candidaturas, el uso de fondos del PAMI y la ANSES para fines políticos, el reparto millonario en publicidad oficial y hasta la denuncia de cobros por gestionar reuniones con el Presidente.

En este marco, la cautela expresada por el jefe de Gabinete Guillermo Francos, quien evitó comprometerse en defensa de nadie, parece encontrar sustento.


El rol de los medios

El segundo aspecto llamativo de este episodio fue la reacción de los medios de comunicación. Tal como se había anticipado en esta columna, los periodistas y empresas más beneficiados por la pauta oficial se convierten a menudo en los primeros en marcar distancia cuando perciben debilidad en el poder político. La transición de defensores fervorosos a críticos implacables es un clásico en la historia de los oficialismos mediáticos.

En este caso, las sospechas de Karina Milei y Lule Menem apuntaron a Santiago Caputo como supuesto responsable de la filtración de los audios. Caputo intentó disuadirlos presionando a los medios favorecidos por la pauta oficial para minimizar la noticia. Sin embargo, las 24 horas posteriores resultaron ilustrativas: numerosos portales y canales evitaron mencionar el tema hasta que la salida de Spagnuolo se hizo oficial.

En las primeras horas, una búsqueda en Google arrojaba un único enlace informativo:, cuyos periodistas habían publicado notas basadas en los audios difundidos originalmente por Carnaval Stream y Data Clave. Mientras tanto, los noticieros llenaban horas con coberturas climáticas, policiales o parlamentarias, sin hacer referencia al caso que sacudía al Gobierno.

Aunque al día siguiente el escándalo resultaba imparable, varios medios optaron por minimizar la participación de la hermana presidencial en sus primeras coberturas.

La hipocresía a la deriva: la tragedia líquida de la lealtad

Lo ocurrido con los entrevistadores de Milei es un espectáculo que combina política, traición y teatro de salón. Ayer eran amigos; hoy, figuras que flotan sobre la conveniencia como barquitos de papel en un río revuelto. Algunos soltaron la mano apenas el primer escándalo tocó la orilla, otros esperaban que el Gobierno lanzara un salvavidas oficial para subirse a él con el cálculo frío de quien sabe que la prudencia es rentable.

Mientras tanto, los eternos defensores del indefendible siguen aferrándose a la narrativa de la conspiración: “opereta kuka”, “Villacruel”, “comunistas infiltrados para voltear a Javier”. Cada explicación más absurda que la anterior, pero al fin y al cabo, más cómoda que enfrentar la evidencia.

En este carnaval, la sentencia de Diana Mondino sobre $Libra —“O es estúpido o es corrupto”— brilla con crudeza. No se trata solo de Milei: es un retrato de todos los que giran alrededor del poder, de los que miden la lealtad en milímetros de riesgo y no en principios. La política, en esta danza líquida, no recompensa la amistad ni la ética; premia la habilidad de flotar mientras la tormenta golpea.

Y aquí radica la tragedia y el humor negro del asunto: quienes ayer clamaban por la “casta” corrupta hoy se mueven con la misma ligereza que critican, navegando entre la indignación fingida y la comodidad calculada. La política se convierte en un juego de espejos, donde la hipocresía se refleja en cada gesto y la lealtad es un espejismo que desaparece ante el primer vendaval.

El dilema de Mondino —¿es estúpido o corrupto?— se transforma en metáfora de un sistema entero. No es solo el Presidente el que se examina; somos todos los que orbitamos cerca del poder, balanceándonos entre la conveniencia y la evidencia. Y mientras algunos nadan con destreza, otros se hunden en silencio, esperando que alguien más diga la verdad por ellos.

En esta comedia cruel, la política deja de ser solo estrategia y se vuelve arte de supervivencia. La lección es clara: en aguas turbulentas, la hipocresía flota mejor que la integridad, y la lealtad es un lujo que pocos están dispuestos a pagar.

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